Pedro Sánchez contra el Ibex
El dinero no tiene color y siempre se ha llevado bien con todos los Gobiernos, sean del signo que sean. Por ejemplo, Luis Valls tenía un ojo clínico para repartir créditos a los partidos (cuya devolución estaba condicionada a los escaños que obtuvieran) y Emilio Botín siempre se hacía la foto con el candidato que iba a ganar las siguientes elecciones. Pero este tradicional amor entre el poder y el Ibex 35 se lo ha cargado Pedro Sánchez. El desplante de los principales empresarios en su show España 2050 y la inmediata destitución de Fernando Abril-Martorell en Indra han escenificado esta ruptura.
La relación era una simbiosis en la que los dos salían beneficiados. Las grandes empresas se aseguraban un BOE benévolo (obra pública, inversiones, regulaciones, tarifas, etc.) porque, salvo escasas excepciones -Inditex, Mercadona…-, el negocio de todas depende de las decisiones del Ejecutivo; y los Gobiernos se garantizaban el respaldo y la financiación a sus proyectos… y las puertas giratorias cuando dejaban el poder.
Esta relación se había mantenido durante la accidentada legislatura de Sánchez y la plana mayor del Ibex había acudido solícita a los innumerables actos convocados por Moncloa (el presidente ha presentado cuatro veces el plan de recuperación para pedir los fondos europeos). Pero se le ha acabado la paciencia y ha decidido que hasta aquí hemos llegado.
Y la respuesta del presidente (la bronca venía de antes del show del jueves) ha sido un aviso a navegantes en toda regla: la destitución de Abril-Martorell -un ejecutivo que ha sido capaz de adaptarse a Gobiernos de uno y otro signo- es una exhibición de poder, según la interpretación mayoritaria en el mundillo, de que Pedro puede hacer lo que quiera en las grandes empresas; principalmente con las que tienen capital público (ándate con ojo, Goirigolzarri), pero también en todas las que tienen líos judiciales, necesitan fondos europeos o siguen dependiendo del BOE.
Los motivos de la rebelión
¿Por qué se ha rebelado la gran empresa? Según diferentes fuentes, hay dos motivos más generales y otros más concretos. En primer lugar, está la desastrosa gestión de la economía española en la pandemia, con la falta de ayudas a las pymes (que son las principales clientes de bancos, eléctricas, telecos, etc.), la disparatada política de rescates (sí a Plus Ultra o Duro Felguera, no a las empresas turísticas) y, como remate, el infumable «Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia» -échale narices al nombre- en el que el Gobierno plantea a Bruselas todo lo contrario de lo que nos pide, incluyendo la masiva subida de impuestos. De hecho, la Comisión ya nos ha pedido explicaciones. Y como remate, el empecinamiento de Yolanda Díaz en derogar la reforma laboral de 2012.
A las grandes empresas, defensoras de la ortodoxia económica por la cuenta que les tiene, se les hace muy duro escenificar su apoyo a unas políticas que llevan a España al desastre. Y que ponen el riesgo el maná de los fondos europeos, que algunas de ellas están esperando como agua de mayo para apañar sus cuentas; precisamente, las que sí fueron al acto del jueves. Además, hay que tener en cuenta que la mayoría son multinacionales que tienen que dar la cara en otros países donde miran al Gobierno español como un bulto sospechoso.
El otro motivo general, derivado del anterior, es que la gran empresa tiene claro que el Ejecutivo actual está en descomposición, y más aún con una derecha envalentonada tras los resultados en Madrid. Saben que más tarde o más temprano Bruselas le va a exigir las reformas necesarias (e impopulares) y que Sánchez no va a asumir ese coste con unas elecciones en el horizonte. Y el factor más relevante es que el BCE va a dejar de comprarnos la deuda a espuertas como ahora en algún momento de 2022. En ese momento, ante la nula credibilidad del Gobierno español ante el mercado, la prima de riesgo se va a disparar. Lo cual generará un enorme problema también para la UE, con el riesgo de que España sea expulsada del euro. Nos lo sabemos bien desde 2012.
OKDIARIO ya publicó que el Ibex trabajaba con el escenario de elecciones anticipadas este mismo otoño. Los resultados de Madrid, mucho peores para el PSOE que sus peores previsiones, probablemente lo retrasen a la espera de que se enfríe la euforia en la derecha. Pero parece difícil que Sánchez aguante más allá de la primavera. Y los empresarios no quieren seguir apoyándole, sino empezar a hacer gestos hacia la alternativa, aunque sea tan incierta hoy por hoy como Pablo Casado.
Y luego está la casuística de cada uno. La banca está de uñas por las críticas a los salarios de los directivos y el cuestionamiento de los ERE. En especial CaixaBank, donde el Gobierno dio el visto bueno a la fusión sabiendo que su objetivo eran las sinergias y ahora se llama andana. No es extraño que enviara a l economista jefe para cubrir el expediente.
Las energéticas y telecos que no son Iberdrola ni Telefónica se han dado cuenta de que los fondos europeos van a favorecer claramente a estas dos y, por tanto, no necesitan seguir adulando al Gobierno. Y luego están las que tienen problemas judiciales y donde el Gobierno les vende «protección» a cambio de colocar personas favorables a la causa en sus consejos, como Repsol (Brufau tampoco acudió al acto) y, de nuevo, La Caixa.
Sánchez pretende rentabilizar la caña al Ibex
Ante esta rebelión, Sánchez ha tirado hacia donde le pide el cuerpo: en vez de buscar el diálogo y el «no nos vamos a hacer daño», como en el chiste del dentista, ha optado por la vena macarra y el «vosotros veréis lo que hacéis y ateneos a las consecuencias».
Y es que Sánchez no solo tiene el BOE, sino también la Fiscalía General del Estado, que puede impulsar, o no, las diferentes piezas del caso Villarejo en la Audiencia Nacional en función de cómo se porten los diferentes implicados.
Uno de los más afectados, Carlos Torres, presidente de BBVA, no quiso correr riesgos y estuvo en el Reina Sofía departiendo con Nadia Calviño. Por cierto, también asistió el presidente de IAG, Luis Gallego, atónito ante los planes de Sánchez de cargarse el puente aéreo.
Sánchez piensa que dar caña a la banca y al Ibex le da votos entre su electorado, en especial el más escorado a la izquierda. Y quiere aprovechar el hundimiento de Podemos tras el corte de coleta para ocupar todo el espacio que pueda antes de que se le adelante Errejón.
Aunque para ello tenga que forzar la primera ruptura entre el Gobierno y el Ibex desde la restauración de la democracia. Algo que no suele salir bien y, desde luego, no suele salir gratis. Porque los presidentes del Ibex juegan con ventaja: la mayoría sabe que seguirá en el cargo cuando Sánchez salga de Moncloa, aunque es cierto que alguno puede quedarse en el camino.